Alguna que otra vez estás en una librería de viejo, de las de toda la vida, siempre solitarias y polvorientas. Cómo no, nunca falta el típico dependiente huraño y pajilloso, autocomplaciente y sabelotodo que te observa a ti, el único cliente en días, cada gesto, cada movimiento en falso, no vayas a robar algo. A pesar del desprecio que sufres, de vez en cuando –no sin esfuerzo- reúnes el dinero justito, vas y te pillas eso que te interesa en demasía. El tío guarda la pasta y tú te llevas la mercancía, ni una palabra más. De repente un día entran por la puerta en tropel una pandilla de jovencitos perfumados, a la moda, armando escándalo y con ganas de diversión, quizás hasta bronca. Por un momento te imaginas un atraco en el que por supuesto no tendrás otra que pelear tú solo mientras el tendero se esconde como una comadreja de los disparos, y piensas: “ea, aquí acaban mis días, defendiendo como un héroe a la cultura”. Pero no, todo lo contrario, una sonrisa desconocida asoma en la cara del dependiente y trata a los niños con familiaridad y cortesía. Tu desconcierto se muda en sorpresa cuando los ves a todos llevarse el mismo libro y pagar con el billetazo de 50 € que les han dado sus padres y del que poco cambio de vuelta saldrá de la tienda (¡se lo funden entero!).
Otras veces decides ir a un centro comercial, donde están todos los ejemplares manoseados, si es que no están ya agotados, y los dependientes-figurines que te atienden saben tanto de libros como yo de foie-gras. En un pasillo han puesto una columna de novelas de Harry Potter, otra de Ghost Girl y otra de novelas de Stephenie Meyer. Cuando vuelves a mirar ya no queda más que el cartel de publicidad, y oleadas de escandalosos adolescentes hacen cola en las cajas con un ejemplar cada uno mientras risotean, lían bulla y se meten mano.
Por curiosidad más que otra cosa pides prestado en la biblioteca o en la casa de algún conocido alguno de estos libros, que seguro siempre hay alguien que tiene. Correctos, con alguna que otra nota brillante pero no más que no se pueda encontrar en otro libro corriente. En general narran mundos fantásticos pero muy accesibles para unos protagonistas que se enfrentan al mundo por vez primera aunque sí están dotados como por arte de magia de los mayores poderes y responsabilidades, y en condiciones muy duras consiguen ir encaminados al triunfo, un éxito rápido y destacado. Un gancho facilón, hiper-explotado ya pero, sin embargo, el pelotazo editorial con ellos está siendo demoledor; un fenómeno cultural y de ventas, todos los niños leyendo y las instituciones implicadas en este tipo de lectura (ahí una gran clave). Leer se está convirtiendo con esta iniciativa en un acto de MODA, que se hace en grupo para compartir ideas, sentimientos experimentados en páginas de papel. Todo el mundo, cualquier don nadie, por muy mediocre que sea, goza con la sensación de enajenarle el éxito al protagonista del libro, y con compartir esa oportunidad con los demás a su alrededor.
¿Qué es lo que no funcionó en otras épocas? ¿Por qué la lectura fue siempre tarea de minorías? Y podríamos decir que cada vez, hasta la llegada de estos fenómenos, estaba siendo más claustrofóbica la situación. A lo mejor debemos por fin darnos cuenta que tal como están las cosas lo importante no es lo que se lea, sino que se lea. Aunque sea que cogen un libro porque su cantante favorito también lo lee... En fin, la lectura siempre era un camino solitario que emprendíamos nosotros mismos fuera de la educación que recibíamos, y en el que la intuición, la atracción, nuestro entorno o el azar jugaban una buena parte. Con estas mega-sagas literarias globalizadas la cosa está cambiando, se está orientando más desde las instituciones a ir en grupo por las sendas de la lectura, con toda la poderosa ayuda de los recursos disponibles de los medios de comunicación, cosa que no está mal siempre cuando los buenos autores sepan encaminarse también por aquí, aunque no siempre el papel de estrella-guía de un rebaño manso y ansioso de imitarla les sienta bien, pues se queman o caen fácilmente en las redes del mercado.
Como dijo Francisco Ibáñez en una entrevista de hace tiempo, lo importante para llegar a leer obras magnas como el Quijote es empezar por cogerle el gusto a leer. Con eso nos quedamos. Y las estadísticas dicen que se está consiguiendo: Rogelio Blanco, director general del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura, nos habla que en la actualidad en España el porcentaje de lectores es del 60% con respecto a la población, algo que nunca en la historia en que se lleva midiendo se había alcanzado en nuestro país.
Por curiosidad más que otra cosa pides prestado en la biblioteca o en la casa de algún conocido alguno de estos libros, que seguro siempre hay alguien que tiene. Correctos, con alguna que otra nota brillante pero no más que no se pueda encontrar en otro libro corriente. En general narran mundos fantásticos pero muy accesibles para unos protagonistas que se enfrentan al mundo por vez primera aunque sí están dotados como por arte de magia de los mayores poderes y responsabilidades, y en condiciones muy duras consiguen ir encaminados al triunfo, un éxito rápido y destacado. Un gancho facilón, hiper-explotado ya pero, sin embargo, el pelotazo editorial con ellos está siendo demoledor; un fenómeno cultural y de ventas, todos los niños leyendo y las instituciones implicadas en este tipo de lectura (ahí una gran clave). Leer se está convirtiendo con esta iniciativa en un acto de MODA, que se hace en grupo para compartir ideas, sentimientos experimentados en páginas de papel. Todo el mundo, cualquier don nadie, por muy mediocre que sea, goza con la sensación de enajenarle el éxito al protagonista del libro, y con compartir esa oportunidad con los demás a su alrededor.
¿Qué es lo que no funcionó en otras épocas? ¿Por qué la lectura fue siempre tarea de minorías? Y podríamos decir que cada vez, hasta la llegada de estos fenómenos, estaba siendo más claustrofóbica la situación. A lo mejor debemos por fin darnos cuenta que tal como están las cosas lo importante no es lo que se lea, sino que se lea. Aunque sea que cogen un libro porque su cantante favorito también lo lee... En fin, la lectura siempre era un camino solitario que emprendíamos nosotros mismos fuera de la educación que recibíamos, y en el que la intuición, la atracción, nuestro entorno o el azar jugaban una buena parte. Con estas mega-sagas literarias globalizadas la cosa está cambiando, se está orientando más desde las instituciones a ir en grupo por las sendas de la lectura, con toda la poderosa ayuda de los recursos disponibles de los medios de comunicación, cosa que no está mal siempre cuando los buenos autores sepan encaminarse también por aquí, aunque no siempre el papel de estrella-guía de un rebaño manso y ansioso de imitarla les sienta bien, pues se queman o caen fácilmente en las redes del mercado.
Como dijo Francisco Ibáñez en una entrevista de hace tiempo, lo importante para llegar a leer obras magnas como el Quijote es empezar por cogerle el gusto a leer. Con eso nos quedamos. Y las estadísticas dicen que se está consiguiendo: Rogelio Blanco, director general del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura, nos habla que en la actualidad en España el porcentaje de lectores es del 60% con respecto a la población, algo que nunca en la historia en que se lleva midiendo se había alcanzado en nuestro país.
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