A propósito de una cita en el Editorial de Dodgem Logic Nº 5, cuando Alan Moore menciona el desgraciado suceso de la muerte de Harvey Pekar, recuperamos este texto en el que el escritor inglés pone en orden sus recuerdos sobre el maestro desaparecido. Se trata de un artículo que preparó para el periódico Washington Post, pero que al final nunca llegó a publicarse allí, y que finalmente se recoge en este blog asociado a la nueva revista underground de Northampton (enlace).
Traducción por Maese ABL
NOTA: Por razones que desconocemos, en el texto original de Moore se nombra la obra de Pekar como “American Splendour”, con esa ‘u’ añadida que hemos mantenido por respeto a la dicción con que se concibió.
Traducción por Maese ABL
NOTA: Por razones que desconocemos, en el texto original de Moore se nombra la obra de Pekar como “American Splendour”, con esa ‘u’ añadida que hemos mantenido por respeto a la dicción con que se concibió.
En esa ocasión en particular, los nervios y la voz de Harvey se habían quebrado hasta casi romperse por causa de su característica preocupación acerca de cómo iba a ser recibido el show, y recuerdo que me preguntó cómo llevaba yo las malas críticas, a lo que le sugerí que probablemente lo mejor era ignorar también las buenas críticas. Él me interesó inmensamente, quedé enormemente impresionado por el hecho de que tal considerable e importante fuerza creativa fuera también una persona tan humilde y profundamente sensata. Con el transcurso de los años tuve el honor de añadir mis pobres habilidades al dibujo a una página de la continuidad de American Splendour de Harvey, uniéndose inmerecidamente a una lista impresionante de talentos que iban desde aclamados maestros como Robert Crumb hasta poco aclamados maestros como Frank Stack. Conseguí encontrarle una rata colección de Katherine Mansfield para alimentar su divertido anticuario furtivo de adicto a los libros... él los deslizaría dentro de la casa ya preocupantemente abarrotada de libros y haría todo los posible por esconderlos en la instalación del cuarto de baño... y me mantuve en afectuoso aunque intermitente contacto con él y Joyce.

Entonces, justo hace dos días, cogía una copia de la nueva revista Juxtapoz del kiosco y me doy cuenta que presentaba una entrevista con Harvey, cuando el amigo con el que estaba me informó de su muerte el fin de semana anterior. Entre el torrente de recuerdos y sentimientos que la noticia trajo consigo, la imagen más clara y candente fue una página autoconclusiva del trabajo de Harvey, enterrada en algún lugar de un número que no ubico de American Splendour y representada por un artista cuyo nombre no puedo recordar. Era una historieta sin palabras, describiendo a su oprimido autor en un día caluroso, entrando en la cocina para cortar el envase de una caja de limonada concentrada, apretando su gelatinoso contenido sobre un vaso y luego añadiendo un chisporroteante chorro de agua clara del grifo antes de probar un sorbo contenido, y esa era toda la historia. Estaba escrita por un hombre bueno y honrado que veía cada instante normal y corriente de su vida con la intensidad de un poeta; que veía la eternidad en cada momento, incluso esos en los que disfrutaba de un vaso de limonada de marca comprada en la tienda. De hecho, particularmente en esos momentos, la Cultura ha perdido un soberbio gigante, y yo lo voy a echar terriblemente de menos.
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