Al girar la cabeza me he dado cuenta que no estaba sola en la habitación. Me acompañan Estefanía y Alberto, y parece que llevan rato manteniendo una animada conversación conmigo. Por tiempos me pesan los párpados y puede que por eso antes no estuviera siguiendo el hilo de lo que me decían. Ellos se conocieron en el instituto y son padres de dos preciosos gemelos, niño y niña. Siempre les digo que me los traigan, porque hablan continuamente de ellos, aunque a decir verdad creo que nunca los he visto.
Se les nota la ilusión en los ojos, debe ser una experiencia única eso de criar pequeños. A mí también me gustaría, sólo que mis médicos me aconsejan que no. Me encuentro algo incómoda en la cama, y quisiera levantarme, pero por correspondencia a la amabilidad de Estefanía me quedo quieta escuchando la última travesura de David. Alberto, que es muy atento, se levanta un momento y me trae un vaso de agua, para que “refresque la garganta y me libre unos segundos de la locuacidad de su pareja”, me dice divertido. El agua no sabe a nada, pero claro, dicen que es insípida. Noto la sequedad en los labios.
Por un momento, dejo la mirada perdida y veo de nuevo a ese tipo con el que llevo coincidiendo tanto estos últimos meses. Está sentado en un asiento del pasillo frente a la puerta de la sala en que nosotros nos encontramos, y nos mira fijamente. Por sus ojeras y su pelo negrísimo lo reconocería a leguas. Le sostengo unos segundos la mirada pero me puede el cansancio y además Estefanía me está enseñando unas fotos, por lo que trato de disimular mi preocupación y pronto sonrío al ver las caritas borrosas de David y Andrea.
Debo haberme quedado dormida unos minutos, aunque ellos siguen ahí, y continúan su charla, tratándome con simpatía. De repente, como si se hubiera acordado de algo, Estefanía se levanta y le dirijo a Alberto un gesto de curiosidad. Él me pide que espere un segundo y de repente veo que ella entra con un cochecito doble de bebé. Estoy empezando a vislumbrar por fin, con inmensa alegría, el rostro de los gemelos cuando de pronto asoma detrás de la escena el hombre de pelo negro y saca un cuchillo. Alberto salta como un león y se abalanza sobre él. Los niños, los niños, los niños, no dejo de pensar en ellos mientras veo la pelea, el señor de pelo negro me observa triunfal y yo intento una y otra vez librarme de las correas que me atan a la cama. Estefanía no deja de chillar, y por debajo de su voz creo que también pretenden alzarse mis gritos de impotencia y angustia.
La escena empieza a difuminarse y entonces veo a la doctora del turno de tarde, muy sonriente, entrando por la puerta. Ella sí se porta bien conmigo. Prepara mi medicación, me la ofrece y luego me desata y se sienta un rato a escucharme. Comprendo que no todo el mundo tenga su paciencia, porque están trabajando y no cuidándome, eso sólo lo harían los seres que me quieren, si los tuviera. Me doy cuenta que de nuevo he vuelto a moverme por esas capas de mi realidad a las que no tienen alcance los demás. Yo sé perfectamente lo que hago, y no quiero estar sujeta a una cama y continuamente atiborrada de tranquilizantes. Sólo déjenme vivir esos otros mundos a los que yo puedo llegar, y aunque ustedes no quieran o no deseen compartirlos conmigo, por favor no me abandonen por eso.
Dedicado a Juan Antonio B por el cuido que realiza de su hermano Ricardo. ¡Un abrazo muy fuerte!
Se les nota la ilusión en los ojos, debe ser una experiencia única eso de criar pequeños. A mí también me gustaría, sólo que mis médicos me aconsejan que no. Me encuentro algo incómoda en la cama, y quisiera levantarme, pero por correspondencia a la amabilidad de Estefanía me quedo quieta escuchando la última travesura de David. Alberto, que es muy atento, se levanta un momento y me trae un vaso de agua, para que “refresque la garganta y me libre unos segundos de la locuacidad de su pareja”, me dice divertido. El agua no sabe a nada, pero claro, dicen que es insípida. Noto la sequedad en los labios.
Por un momento, dejo la mirada perdida y veo de nuevo a ese tipo con el que llevo coincidiendo tanto estos últimos meses. Está sentado en un asiento del pasillo frente a la puerta de la sala en que nosotros nos encontramos, y nos mira fijamente. Por sus ojeras y su pelo negrísimo lo reconocería a leguas. Le sostengo unos segundos la mirada pero me puede el cansancio y además Estefanía me está enseñando unas fotos, por lo que trato de disimular mi preocupación y pronto sonrío al ver las caritas borrosas de David y Andrea.
Debo haberme quedado dormida unos minutos, aunque ellos siguen ahí, y continúan su charla, tratándome con simpatía. De repente, como si se hubiera acordado de algo, Estefanía se levanta y le dirijo a Alberto un gesto de curiosidad. Él me pide que espere un segundo y de repente veo que ella entra con un cochecito doble de bebé. Estoy empezando a vislumbrar por fin, con inmensa alegría, el rostro de los gemelos cuando de pronto asoma detrás de la escena el hombre de pelo negro y saca un cuchillo. Alberto salta como un león y se abalanza sobre él. Los niños, los niños, los niños, no dejo de pensar en ellos mientras veo la pelea, el señor de pelo negro me observa triunfal y yo intento una y otra vez librarme de las correas que me atan a la cama. Estefanía no deja de chillar, y por debajo de su voz creo que también pretenden alzarse mis gritos de impotencia y angustia.
La escena empieza a difuminarse y entonces veo a la doctora del turno de tarde, muy sonriente, entrando por la puerta. Ella sí se porta bien conmigo. Prepara mi medicación, me la ofrece y luego me desata y se sienta un rato a escucharme. Comprendo que no todo el mundo tenga su paciencia, porque están trabajando y no cuidándome, eso sólo lo harían los seres que me quieren, si los tuviera. Me doy cuenta que de nuevo he vuelto a moverme por esas capas de mi realidad a las que no tienen alcance los demás. Yo sé perfectamente lo que hago, y no quiero estar sujeta a una cama y continuamente atiborrada de tranquilizantes. Sólo déjenme vivir esos otros mundos a los que yo puedo llegar, y aunque ustedes no quieran o no deseen compartirlos conmigo, por favor no me abandonen por eso.
Dedicado a Juan Antonio B por el cuido que realiza de su hermano Ricardo. ¡Un abrazo muy fuerte!
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