LAZY LASIE comparte con nosotros su mayor morbo:
“¿Andan ustedes tranquilos por la calle? Bueno, aparte de esa cuestión social que es la inseguridad ciudadana, y producto sobre todo de la maldad humana. A mí casi me es comprensible, porque el fin está claro, recibir un mal, y en ocasiones que he tenido este tipo de encuentro me he resignado a lo que pasara.
Yo me refiero a caminar por la acera y de repente sentir la embestida salvaje de un perro contra la verja, furioso hacia el viandante que invade lo que él considera la distancia de seguridad de su territorio. Primero reaccionas con un espasmo de puro susto, por la sorpresa, luego sientes un cosquilleo y un sudor frío gotea tu cuerpo. ¿Pero, qué tal eso de insistir con tu presencia delante de él o incluso hacerle algún gesto de burla? Haces que el animal reviente de odio hacia ti, caracolee y cruja sus mandíbulas, sacas su instinto de matar. Tú no te quedas atrás, permaneciendo ahí casi mojas ya los pantalones y desahogas tus perversiones reprimidas haciendo reventar de rabia al animal seguro tras la reja. ¿Pero por qué el dueño/a entrena al can para recibir así a todo el que se acerque a su hogar? La calle no es pública, está llena de islas de gente solitaria, huraña y rabiosa, y transitada por otra con la misma idiosincrasia. Pero es lo único que nos queda de la selva en el asfalto, la única concesión al caos, y consecuentemente a insuflarle vida a la Naturaleza. Por lo pronto un día de estos llevaré a cabo mi plan de romp'er uno a uno los candados y soltar a todas estas fieras, a la vez, en mi barrio, a ver qué pasa. ¿Quien se apunta? ¡Yo estaré en primera fila!”
“¿Andan ustedes tranquilos por la calle? Bueno, aparte de esa cuestión social que es la inseguridad ciudadana, y producto sobre todo de la maldad humana. A mí casi me es comprensible, porque el fin está claro, recibir un mal, y en ocasiones que he tenido este tipo de encuentro me he resignado a lo que pasara.
Yo me refiero a caminar por la acera y de repente sentir la embestida salvaje de un perro contra la verja, furioso hacia el viandante que invade lo que él considera la distancia de seguridad de su territorio. Primero reaccionas con un espasmo de puro susto, por la sorpresa, luego sientes un cosquilleo y un sudor frío gotea tu cuerpo. ¿Pero, qué tal eso de insistir con tu presencia delante de él o incluso hacerle algún gesto de burla? Haces que el animal reviente de odio hacia ti, caracolee y cruja sus mandíbulas, sacas su instinto de matar. Tú no te quedas atrás, permaneciendo ahí casi mojas ya los pantalones y desahogas tus perversiones reprimidas haciendo reventar de rabia al animal seguro tras la reja. ¿Pero por qué el dueño/a entrena al can para recibir así a todo el que se acerque a su hogar? La calle no es pública, está llena de islas de gente solitaria, huraña y rabiosa, y transitada por otra con la misma idiosincrasia. Pero es lo único que nos queda de la selva en el asfalto, la única concesión al caos, y consecuentemente a insuflarle vida a la Naturaleza. Por lo pronto un día de estos llevaré a cabo mi plan de romp'er uno a uno los candados y soltar a todas estas fieras, a la vez, en mi barrio, a ver qué pasa. ¿Quien se apunta? ¡Yo estaré en primera fila!”
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