A una página, dos o tres, o a media, incluso una tira, en esta obra se nos presentan situaciones autoconclusivas en las que el protagonista Arthur es solicitado, disfruta en compañía o interacciona con multitud de chicas diferentes, guapísimas y sexys. El tono es picante con algunas escenitas explícitas, y a mí me recuerda mucho a aquella serie inglesa, “Benny Hill”, o también a su equivalente español, “Arévalo y compañía”. Arthur, a la vez autor y personaje principal de su historia, se deja querer por las mujeres que ha ideado, le interesan todas. Se nota mucho que disfruta mucho de este mundito fruto de su creación y que en todo caso está visto desde la perspectiva masculina (machista, si hablamos técnicamente), pero con un descaro simpático que desata su pasión por el género femenino, al que retrata en multitud de facetas, tanto con una exploración gráfica como conceptual, todo lo que su gran capacidad de observación le puede ofrecer, y es verdad que conecta muy bien con muchos pensamientos íntimos que hemos tenido alguna vez todos los hombres.
En realidad, el que haya siempre un mismo protagonista podría provocar cierta incoherencia argumental. Se podrían contar todas las historias que se quisieran, en un número de páginas infinito. No hay evolución y rara vez se entrelazan, a veces Arthur es un bohemio, otras un ejecutivo, estudiante, en trabajo temporal, vacaciones, etc. porque lo que se pretende principalmente es darle al prota todas las situaciones cachondas que entren en la fantasía del ego masculino. Bueno, en realidad hay una cierta estructura: hasta la página 42 hay historias sueltas; de la 43 hasta la 66 entra en una empresa y encuentra una inteligente amiga-confidente a la que puede confiar sus calenturas, sin llegar a más con ella; y de la 67 hasta la 95, el final, inicia una relación estable con Clara, una pelirroja casada y despreocupada a la que saca del aburrimiento marital y con la que también llegarán los más y los menos de la convivencia. Lo cierto es que el autor ha “dado de manos” en este libro, porque la frescura no le abandona; eso sí, es para leerlo a ratos, que es lo que divierte. De seguido puede perderse su sabor, advertimos.
Aunque hemos aclarado la vocación de Pecados Veniales como tebeo para chicos heterosexuales, su humor y su agradable caricatura no deja impasible a nadie. También se disfruta mucho leyendo en compañía, dejándonos sorprender por la viveza y la ruptura de tabús que va haciendo la narración, incluso he comprobado que algunas chicas hasta se divierten viendo cómo los hombres somos capaces de idealizarlas hasta el punto de convertirlas en foco de atención principal, más allá de todo problema. Esto de la objetuación de la mujer no es novedoso, proviene de época inmemorial, cuando se hacían las venus. Hay una historia de Crumb que me viene a la mente y que estaría fenomenal para ilustrar el caso: “Caveman Bob” o “El cagueta de las cavernas”. En ella un débil cavernícola se fabrica una figura femenina para masturbarse porque ninguna hembra lo acepta para la fornicación, y al final todos los machos alfa acaban convertidos en onanistas ante el influjo de la objetuación femenina, que les da libertades para atender sin límite sus obsesiones perpetuas masculinas, a veces refrenadas por la inapetencia de la señora. La historieta acaba con las mujeres reales sintiéndose desatendidas sexualmente y teniendo que acudir al macho que no es típico.
Obviamente, un autor de talento como es Arthur de Pins no puede ni debe estancarse en el círculo cerrado de libros con vocación pornográfica (entendida en el amplio sentido de consumo de imagen), y si bien no abandona este tema, pues tiene alguna cosita más y ahora publica en Dib-buks “Pecados Veniales 2”, además se está abriendo a contar otro tipo de historias dentro del humor, como ha supuesto el primer número de "Zombillenium", que supone una progresión en su conseguido ciber-dibujo hacia una mayor figuración. Es lo que decimos, aplicado en este caso a su carrera, de seguido quizás le pueda hacer perder el rumbo, pero como complemento estupendo si le sigue dando vida gráfica tal que así a sus fantasías eróticas. ¡Tendremos puesta la antena en su trayectoria!
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