Mostrando entradas con la etiqueta BESTIARIO DE ANDAR POR CASA. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta BESTIARIO DE ANDAR POR CASA. Mostrar todas las entradas

domingo, 13 de noviembre de 2011

BESTIARIO DE ANDAR POR CASA.12

El taxi paró en medio de la carretera, se negaba a entrar en aquellos caminos de tierra. De modo que Shiki Ya tuvo que culminar la última etapa de su largo viaje a pie, entre fango y charcos. Por fin, majestuosas ante ella, se encontraban las tres fanegas de tierra que le había dejado en herencia su pariente emigrado. Ahora era dueña de toda aquella nada.

El día llegaba a su fin, y dejó su equipaje en la única edificación de toda la zona, una pequeña casetilla de ladrillo rodeada por un irregular empedrado, aparentemente una habitación para guardar materiales. La llave que venía en el sobre del testamento abrió la cerradura, y dispuso dormir un poco en aquel cuarto, cuatro paredes en las que apenas cabía tendida. El olor a humedad era insoportable, y como hacía calor levantó la persiana, descubriendo que no tenía cristal, ni siquiera carpintería.

Extendió su colchoneta y contempló la belleza de los tonos anaranjados y rosáceos del cielo al ponerse el sol. De repente, una cara arruinada asomó por el hueco, desde el exterior. La miraba con la vista perdida, y al principio se asustó, pero cuando quiso interrogarla sintió timidez y sobre todo una gran pena por aquella mujer, quizás alguien a quien la vida había tratado mal. Así que la dejó estar, ambas mirándose a cada lado del cerramiento durante interminables minutos. Contemplar un anochecer desvela la rapidez con la que se mueve la Tierra, algo que pasa desapercibido durante las horas diurnas o nocturnas. Las sombras fueron cayendo sobre el rostro inmóvil de la anciana hasta que su figura quedó totalmente fundida en la oscuridad del campo.

Mientras intentaba conciliar el sueño, Shiki Ya se preguntaba si la señora aún estaría allí observándola impasible a través de la negrura, y sintió un escalofrío que fue tornándose en auténtico pavor conforme pasaron las horas. En un arrebato, se levantó, recogió todo como pudo y sin luz salió a escape de la casetilla. Se alumbraba con un mechero y corría veloz, dejando actuar a su memoria para guiarse por el camino de vuelta a la carretera. Cuando la alcanzó, el teléfono no tenía cobertura para pedir un coche, así que esperó y al pasar una furgoneta la paró y le pidió si podía llevarla al aeropuerto. El hombre, desconcertado, accedió a la petición; se había levantado temprano para ir a trabajar y esta aparición de la oriental enfangada hasta las rodillas era lo último que esperaba encontrar.

En el avión de regreso se sentía reconfortada, aunque tenía cierto recelo de mirar por la ventanilla. Sin duda, iba a renunciar a la herencia, volver a su entorno y a olvidarse de este loco asunto, pero por alguna tontería inexplicable recelaba de la presencia del cristal. Cuando consiguió calmarse un poco, escuchó el carrillo de la azafata y levantó la mirada de su revista. Notó una fuerte descomposición en sus tripas al ver que se trataba de una persona con la cara desvencijada, idéntica a la vieja de las fanegas, que le sostenía la mirada indiferente y lastimosamente le inquiría: “¿Unos caramelitos?”.

jueves, 22 de septiembre de 2011

BESTIARIO DE ANDAR POR CASA.11

No era el único amigo que tenía, pero aquel chaval quizás trataba a Allen Palma Dosiempre más a menudo que a otros. Mientras jugaban en el parque, o en clase mientras la maestra daba la murga con sus hipos al hablar, o practicando balonmano, Palma le contaba sus peripecias viendo revistas pornográficas y presumiendo cómo se empajillaba. Hablaba como si tuviera muchas experiencias sexuales. Tendrían como 12-13 años, y a él no le había llegado todavía la presión hormonal, que por otro lado, diríamos tampoco es que se retrasara mucho.

El caso es que Palma era más precoz. Primero se entusiasmó con las niñas de su edad que habían madurado más, pero como ellas no tenían ni el más mínimo interés en pringaos como ellos, los preferían mayores, pues él cambió sus intereses también hacia las tías mayores, que eran más cálidas en su trato con los jovencitos. Cuando decimos mayores nos referimos a las amigas sesentonas de su abuela, que jugaban al bingo en una terracita al aire libre del barrio. Por una o por otra, Palma siempre hacía a sus amigos salir por allí y luego se las aviaba para darle un abracito a la ganadora de la partida, y de paso también a la perdedora (por su altura baja, su cabeza se apoyaba en el pecho de la señora y volvía después con los colegas, triunfal, señalándoles su “tienda de campaña”).

El caso es que un día él fue al bloque de Palma a llamarlo y presenciaron una despedida de lo más amorosa entre un vecino con pinta de alto directivo y una tía madurita pero que estaba como un cañón. Él llevaba una maleta de equipaje y parecía que se iba para unas semanas, y le hablaba sonriente pero quizás algo despectivo, como incitándole a que no saliera para nada de casa en su ausencia, que pidiera las compras por teléfono. Se despidieron con un beso en la boca, mientras a ellos se les caía la babilla hasta el suelo viendo el contoneo de sus caderas de vuelta al portal. Creyeron notar que los miró de refilón. En el ascensor sacó un cigarro y lo encendió mientras los ojeaba divertida, ellos colorados como tomates y mirando al suelo por el rubor y por el humo. Se bajó en su planta y se despidió: “Hasta luego, corazones”.

Arriba, como siempre, mientras hacían un lego, Palma decía que se la iba a tirar, como a tantas otras, que a esa tía pum-pum y que le saldría un líquido blanquecino por el pito. Él se reía a carcajadas, algo nervioso, y Palma martilleaba sarcástico: “¿No te lo crees, no te lo crees?”. En esto sonó el timbre, abrió su abuela y escucharon la voz ronca de la vecinita, pidiéndole a la anciana si le podía ayudar a doblar una manta muy grande. Palma salió disparado y se ofreció (los ofreció) a acompañarla.

Bajaron a su casa con ella, y les pidió que se acomodaran. Se descalzó y observando al final de sus vaqueros sus pies desnudos y sus blandas pisadas hacia los dormitorios notaron de forma consciente y pujante la presión de su “tienda de campaña”. Palma y él se reían por lo bajo, y en ésas estaban cuando de repente apareció la mujer con una camisón demasiado transparente para su ritmo cardíaco, y sin nada debajo. Traía la manta, y se colocaron los dos en un extremo y ella en el otro. Con cada doblez, estaban más cerca, olían su perfume de matalauva, y en ocasiones hasta se rozaron con sus piernas. Recuerda que cuando estaba completo el trabajo, les temblaba el pulso y se les escurrió su asa de la manta, que se balancéo hacia las piernas de la mujer. Se agacharon y en el suelo se arreguincharon a sus tobillos y empezaron a lamerlos y acariciarlos hasta las rodillas. Ella se quedó quieta y sin decir nada, en principio ninguno se atrevía a mirar hacia arriba, y el chico querría salir de allí pero ya. Sin embargo, Palma le guiñó un ojo y subió, y le dio un abrazo como hacía con las viejas. Él se cayó de culo hacia atrás, y vio cómo la mujer se sacaba los pechos, unos pezones negrísimos y grandísimos, y le sostenía fuerte la cabeza a Palma mientras la hundía en ellos. Vio mojarse sus pantalones y pensó que se corría, pero la mancha era tan extensa y goteaba tanto por los botines que no sabía si quizás se meó. La mujer le hurgaba con una mano los pantalones en busca de algo y con la otra agitaba el cuello de Palma y se desprendía de su blusón. Él se fue a su casa pero pitando.

No supo qué más ocurriría allí, ni después en los siguientes días, porque no vivía cerca. Aquello los marcó, pero sobre todo a Palma, que se transformó en un tipo taciturno, tartamudeaba y no decía dos ideas seguidas. Antes de los 20 ya estaba calvo, colmado por los vicios, se duchaba poco y andaba continuamente en problemas. Parecía mayor, de esos hombres que ninguno querríamos que anduviera cerca de nuestros hijos o hijas, pues es probable que muchos de ellos, confundiendo la fantasía de su inocencia con la realidad, y añadiendo la rebeldía que da el descubrimiento del mundo, cayeran en esa telaraña.

Este hombre, aquella mujer... ¿qué circunstancias conducen hasta aquí? ¿Por qué resarcir las frustraciones adultas utilizando a los niños? ¿Qué vacuna hay para este virus que arruina vidas?

lunes, 22 de agosto de 2011

BESTIARIO DE ANDAR POR CASA.10

Al girar la cabeza me he dado cuenta que no estaba sola en la habitación. Me acompañan Estefanía y Alberto, y parece que llevan rato manteniendo una animada conversación conmigo. Por tiempos me pesan los párpados y puede que por eso antes no estuviera siguiendo el hilo de lo que me decían. Ellos se conocieron en el instituto y son padres de dos preciosos gemelos, niño y niña. Siempre les digo que me los traigan, porque hablan continuamente de ellos, aunque a decir verdad creo que nunca los he visto.

Se les nota la ilusión en los ojos, debe ser una experiencia única eso de criar pequeños. A mí también me gustaría, sólo que mis médicos me aconsejan que no. Me encuentro algo incómoda en la cama, y quisiera levantarme, pero por correspondencia a la amabilidad de Estefanía me quedo quieta escuchando la última travesura de David. Alberto, que es muy atento, se levanta un momento y me trae un vaso de agua, para que “refresque la garganta y me libre unos segundos de la locuacidad de su pareja”, me dice divertido. El agua no sabe a nada, pero claro, dicen que es insípida. Noto la sequedad en los labios.

Por un momento, dejo la mirada perdida y veo de nuevo a ese tipo con el que llevo coincidiendo tanto estos últimos meses. Está sentado en un asiento del pasillo frente a la puerta de la sala en que nosotros nos encontramos, y nos mira fijamente. Por sus ojeras y su pelo negrísimo lo reconocería a leguas. Le sostengo unos segundos la mirada pero me puede el cansancio y además Estefanía me está enseñando unas fotos, por lo que trato de disimular mi preocupación y pronto sonrío al ver las caritas borrosas de David y Andrea.

Debo haberme quedado dormida unos minutos, aunque ellos siguen ahí, y continúan su charla, tratándome con simpatía. De repente, como si se hubiera acordado de algo, Estefanía se levanta y le dirijo a Alberto un gesto de curiosidad. Él me pide que espere un segundo y de repente veo que ella entra con un cochecito doble de bebé. Estoy empezando a vislumbrar por fin, con inmensa alegría, el rostro de los gemelos cuando de pronto asoma detrás de la escena el hombre de pelo negro y saca un cuchillo. Alberto salta como un león y se abalanza sobre él. Los niños, los niños, los niños, no dejo de pensar en ellos mientras veo la pelea, el señor de pelo negro me observa triunfal y yo intento una y otra vez librarme de las correas que me atan a la cama. Estefanía no deja de chillar, y por debajo de su voz creo que también pretenden alzarse mis gritos de impotencia y angustia.

La escena empieza a difuminarse y entonces veo a la doctora del turno de tarde, muy sonriente, entrando por la puerta. Ella sí se porta bien conmigo. Prepara mi medicación, me la ofrece y luego me desata y se sienta un rato a escucharme. Comprendo que no todo el mundo tenga su paciencia, porque están trabajando y no cuidándome, eso sólo lo harían los seres que me quieren, si los tuviera. Me doy cuenta que de nuevo he vuelto a moverme por esas capas de mi realidad a las que no tienen alcance los demás. Yo sé perfectamente lo que hago, y no quiero estar sujeta a una cama y continuamente atiborrada de tranquilizantes. Sólo déjenme vivir esos otros mundos a los que yo puedo llegar, y aunque ustedes no quieran o no deseen compartirlos conmigo, por favor no me abandonen por eso.

Dedicado a Juan Antonio B por el cuido que realiza de su hermano Ricardo. ¡Un abrazo muy fuerte!

jueves, 9 de junio de 2011

BESTIARIO DE ANDAR POR CASA.09

El sofoco es aplastante. Un tipo sonriente me alquiló este piso en la estación. Los muelles del colchón se me clavan en la espalda.

Un ruido de llaves en la entrada. Vueltas y más vueltas en la cama. El cuadro en la mesita de noche me mira. Tengo que moverme, el sudor moja este lado.

Repaso mentalmente los planes para mañana. Alguien hurga la cerradura. Giro la cabeza y veo al tipo del cuadro. Parece más risueño, debe ser el calor.

Me levanto a la cocina a beber. Paso junto a la puerta haciendo ruido al pisar y alguien detrás refunfuña, luego prosigue su tarea. Al volver me fijo en un póster en la pared: el mismo hombre de la mesita. Busco un teléfono por el inmueble, sin éxito.

La cama está más fresca, pero húmeda. Cloc-cloc. Ha acertado a girar el engranaje. Un escalofrío me sube desde la rodilla. Nada ocurre. “Quién es?”. Nadie responde, quizás porque no saco la cabeza de debajo de la almohada. Los goznes crujen.

Quiero despertar, me pellizco y me duele. La luz filtrada de la farola de abajo reluce en la sonrisa que me mira desde la mesita. Pom, alguien encajó la puerta.

Me duele la cabeza y me pesa el cuerpo. Mi corazón late con un extraño ritmo; no, parecen pisadas discretas en el pasillo.

Intento cerrar con el pie la habitación, aunque no llego. Mi respiración es profunda, va a su aire y no puedo moverme. Algo se cae muy cerca de la cama. Espero que sea el tío sonriente. Subo la sábana hasta arriba del todo. En la delgadez de los muros de mi atalaya encuentro la seguridad y el sueño comienza a apoderarse de mí. Incluso el calor remite y poco a poco me embriaga la placidez.

sábado, 16 de abril de 2011

BESTIARIO DE ANDAR POR CASA.08

Pepe Lotieso es un tipo de costumbres. Es incapaz de caer en la rutina, y sin embargo siempre se mantiene fiel a sus ideas. No conoce otra peluquería que la de Ignacio, que es un buen profesional y su amigo. Allí entra en otro mundo, empezando por unos utensilios de hace 30 años y que le siguen pareciendo futuristas. El peluquero es un tipo incapaz de matar una conversación, de hecho “hace hablar a los muertos”, y de esta forma, en cada ocasión que se presenta puede pasarse allí horas en un intenso debate con los contertulianos.

Ta-ta-ta-ra. Si sumamos que Ignacio es músico en su tiempo libre y un buen aficionado a los cómics la velada se torna aún más agradable, porque de fondo suena un hilo musical de elaboración propia y compuesto por los ritmos más experimentales y poco comunes que Pepe ha escuchado. En la pared cuelgan enmarcadas unas historietas de Ignacio luchando contra Goku que hicieron unos clientes (hermanos) hace casi 20 años. Nubes de cabellos saltan frenéticas al aire y crean un juego de luces y sombras a través de los espejos. Casi sin darse cuenta, llevado por el ambiente participativo de las conversaciones entre las 4 ó 5 personas que allí se dan cita, las ideas que se proponen alcanzan una gran profundidad, como elaboradas por alguna parte desconocida de cada uno de ellos.

Una vez termina el acontecimiento se deja que la naturaleza siga su curso y que decida la siguiente visita a Ignacio. Esa misma conjunción de gente que allí se reunió esa vez probablemente no volverá a coincidir la próxima, y cuando Pepe los ve por la calle parecen ya otras personas. Ta-ta-ta-ra. A veces piensa que si cuando va a cortarse el pelo acaso Ignacio no les hurga el cerebro mientras, preparando alguno de sus descabellados planes ocultos para una venganza futura contra la sociedad que le obliga a pasarse la mayor parte del día en el curro, alejado de sus auténticos ritmos vitales.

domingo, 27 de febrero de 2011

BESTIARIO DE ANDAR POR CASA.07

Dumb Ho ya no es ese niño de tanta sensibilidad. Puede que ahora sea más superficial, pero aún guarda ciertas impresiones en su mente del pasado:

“De pequeño me atraía todo. Eso es un problema para tus educadores. Conozco todos los monstruos habidos y por haber, normal, la única manera de controlar mis impulsos era asustándome, creando bestias en mi imaginario que me reprimieran muchas actividades. Recuerdo que el conflicto llegó a un punto que ya nada me asustaba: ni las brujas, ni el hombre del saco, ni draculines,... pero había algo que me hacía parar en seco, esa frase: ‘Cuidado que como venga el hombre...’ Y entonces me señalaban a cualquier tipo maduro que caminara en ese momento por las calles, entrado en años, bien vestido, con pinta formal y de estar bien asentado en la vida. Literalmente, me cagaba.

Y confieso que a pesar del paso de los años, lo único que aún sigue dándome miedo es el hombre, el ser humano en general. La experiencia me ha demostrado que para hacer mal no nos necesitamos más que a nosotros mismos, si queremos hacer daño somos peores que el peor monstruo.”

sábado, 29 de enero de 2011

BESTIARIO DE ANDAR POR CASA.06

Hoy nos llegan unas contradictorias confesiones de Bartolito Litolí:

“Odiaba los libros. Odiaba la cultura. Odiaba la convivencia en grupo. Odiaba, odiaba y odiaba.

Mi caso particular es que soy producto de una educación opresiva. Nuestra profesora durante la completa etapa escolar, Doña Petra, llevaba al grupo con mano de hierro. Había que aprender porque ella lo imponía, nunca nos hacía ver la utilidad de las cosas.

La mayoría crecimos pensando que éramos incapaces de labrar nuestro espíritu con actividades intelectuales. Todo conocimiento se ceñía a obtener la aprobación de aquella mujer. Pero con el tiempo, una vez llegó ese ansiado día que me libré de su opresión (y no quiero decir cuando terminé el colegio, sino cuando por fin conseguí limpiar algo de la influencia que su opinión tenía sobre mí), puedo decir que me encanta todo lo que a través de ella comencé a odiar.

No sé si la palmó ya, ni si su efecto sobre mí era voluntario, y supongo que aunque no fuera así, su presencia siempre rondará mis recuerdos. Mientras ella se me presente nunca tendré verdaderamente la confianza de poder decir:

Amo los libros. Amo la cultura. Amo la convivencia en grupo. Amo, amo y amo.”

viernes, 7 de enero de 2011

BESTIARIO DE ANDAR POR CASA.05

No es inusual ésta experiencia que nos trae Sanxa Cobo. Veámosla:

“Prisas. Necesito prisas. Y cuando más rápida tienes que ir, más obstáculos aparecen, más lenta te sientes. ¿Es eso justo?

Si por culpa de la lentitud pierdo una de las oportunidades de mi vida, pensaré que es que existe ese Demonio del Tiempo que todos temen. Hacedor de la parálisis, maldito estancado, que se arrastra en la tranquilidad, ¡eres una tortuga!

No creo que yo pudiera vivir en el pasado, esos momentos en que todo iba a un ritmo menor y la vida sabía a muy poco. Yo quiero muchas cosas, y las necesito para ayer. Probablemente ya soy engendro del Diablo de la Vorágine, bienvenido, y réquiem por aquel otro pringado lento y anticuado.”

viernes, 3 de diciembre de 2010

BESTIARIO DE ANDAR POR CASA.04

Queridos lectores, desde las islas Canarias nuestro amigo Yeray Quejoderse nos envía una misiva hablando sobre un tal L. Fant y su peor enemigo:

“Mi vecino era el típico niño que se burlaba de todos los que eran más débiles que él. Acentuando los defectos de los demás acaso podía pasar desapercibidos los suyos. Una de sus víctimas, con graves problemas de movilidad, creció rodeado de sus mascotas, y por gracia de este chico con el sobrenombre de “El Atrofiao”.

Con el tiempo aquel niño travieso cruzó con éxito su vida, pisoteando todo lo que se le pusiera por delante, y con esta triunfal estrategia para nuestra sociedad, hoy día ya es un directivo de una gran empresa, formal en las apariencias aunque en el fondo le sigue importando un comino de los demás.
Un día de estos recibió visita de “El Atrofiao”, pidiendo trabajo y acompañado de una inmensa manada de animales, todos ellos, dueño y mascotas, entrando por el Hall de las oficinas de su compañía a un paso ralentizado y escalofriante. Marginado y acomplejado, el que había sido renombrado como “El Atrofiao” creció sin oportunidades y careció de esa mentalidad ganadora, amoral, ésa que da siempre la victoria. Efectivamente, era un indigente y sorprendentemente sus mascotas estaban aquejadas de su mismo mal. Desde aquella vez, no sabemos qué pasó, pero se ha transformado en L. Fant, el presidente de la multinacional de su antiguo enemigo. ¿Qué provocó que ahora estos dos sean inseparables amigos y letales ejecutivos?”

viernes, 12 de noviembre de 2010

BESTIARIO DE ANDAR POR CASA.03

“Muchas veces pienso que mi situación no tiene salida. Al día siguiente sale el sol y todo se ve de otra manera.

Pero vivir ese momento de asfixia, antes de poder conciliar el sueño, supone un elevado grado de estrés. ¿Qué hacer cuando no se puede hacer nada? ¿Cómo sienta la espera a que otros sean los que tomen la iniciativa, y si acaso están ajenos?

Mi bestia proviene de una vez que en mi infancia metí la cabeza entre los barrotes de una barandilla, y ni para adelante ni para atrás, la única solución fue gritar y al final mi abuelo llamó a un herrero para que cortara las barras y yo quedara libre. Con paciencia, se ve que todo se podría arreglar. Pero hoy día ya no está en este mundo mi abuelo y el desasosiego que sientes en esos momentos intermedios parece de la medida de caer a un pozo sin fondo.”

Nuestro protagonista de hoy se presenta como Don Nut.

viernes, 5 de noviembre de 2010

BESTIARIO DE ANDAR POR CASA.02

LAZY LASIE comparte con nosotros su mayor morbo:

“¿Andan ustedes tranquilos por la calle? Bueno, aparte de esa cuestión social que es la inseguridad ciudadana, y producto sobre todo de la maldad humana. A mí casi me es comprensible, porque el fin está claro, recibir un mal, y en ocasiones que he tenido este tipo de encuentro me he resignado a lo que pasara.

Yo me refiero a caminar por la acera y de repente sentir la embestida salvaje de un perro contra la verja, furioso hacia el viandante que invade lo que él considera la distancia de seguridad de su territorio. Primero reaccionas con un espasmo de puro susto, por la sorpresa, luego sientes un cosquilleo y un sudor frío gotea tu cuerpo. ¿Pero, qué tal eso de insistir con tu presencia delante de él o incluso hacerle algún gesto de burla? Haces que el animal reviente de odio hacia ti, caracolee y cruja sus mandíbulas, sacas su instinto de matar. Tú no te quedas atrás, permaneciendo ahí casi mojas ya los pantalones y desahogas tus perversiones reprimidas haciendo reventar de rabia al animal seguro tras la reja. ¿Pero por qué el dueño/a entrena al can para recibir así a todo el que se acerque a su hogar? La calle no es pública, está llena de islas de gente solitaria, huraña y rabiosa, y transitada por otra con la misma idiosincrasia. Pero es lo único que nos queda de la selva en el asfalto, la única concesión al caos, y consecuentemente a insuflarle vida a la Naturaleza. Por lo pronto un día de estos llevaré a cabo mi plan de romp'er uno a uno los candados y soltar a todas estas fieras, a la vez, en mi barrio, a ver qué pasa. ¿Quien se apunta? ¡Yo estaré en primera fila!”

viernes, 29 de octubre de 2010

BESTIARIO DE ANDAR POR CASA.01

Con este terrible primer número abrimos esta nueva sección de nuestro Blog titulada “BESTIARIO DE ANDAR POR CASA”. Con ella damos voz a algunos de nuestros lectores que, lejos de enviarnos cheques, nos han puesto nombre a algunos de sus miedos más ocultos.

Para comenzar, desde una localidad montañosa, ESTEPHENE KING nos cuenta:

“Es lo de ser hijo único. Lo cierto es que nací cuando mi madre era ya una mujer madura, y no había nadie más en la casa pues mi padre nunca dio la cara; por ello tuve todos los caprichos que eran posibles a mi alrededor: una aldea medio deshabitada en la que apenas había luz y poblada por mujeres decrépitas y algún que otro viejo. Económicamente estábamos satisfechos, y yo corría a mis anchas por aquellos paisajes escarpados, pronto incontrolable para mi mamá por el ímpetu de mi juventud. Se puede decir que hice más de una travesura. “Tú sigue sin respetar nada, llegará el día en que volverán tus hermanos y tendrás que rendir cuentas”, me recriminaba siempre mi madre, aunque la diferencia de edad entre nosotros era tan amplia que nunca sentí ninguna cercanía o curiosidad hacia ella y su pasado. Sólo me preocupaba mi futuro, lo reconozco.

Nunca conocí a nadie más de mi familia. Y como es lógico, pronto sólo quedé vivo yo en aquel pueblo, mi reino particular en el que he habitado como su rey desde hace años. Hasta hace unas semanas, todo iba tranquilo; sin embargo, poco a poco mis noches se han ido llenando de pesadillas, las de una muchedumbre de desvencijados niños que inexorablemente, día tras día, se van acercando más y más a mí. La última vez casi sentí que me tocaban, antes de despertar inundado de sudor. Temo a dormir, y por todos los medios lo evito, estoy así desde hace varios días, no sé cuánto más resistiré.”